miércoles, 30 de julio de 2008

Ritmos andantes.

Alguna vez, Prince Charming me dijo que siempre me escuchaba llegar, que mi andar era reconocible desde la distancia. Ese día empecé a ser consciente del ritmo particular que hace sonar mis zapatos, casi siempre altos (complejo de estatura, fiel compañero desde los 13). El sonido de mis pasos anuncia que voy, lo aborrezco a veces, especialmente cuando quiero pasar desapercibida. A veces pasa, me levanto de la mesa sigilosa, doy un par de pasos y clack clack, las miradas llegan de pronto. Tal vez sea una cuestión de seguridad, no me gustan las miradas fijas que escudriñan mi persona, mi paranoia me lleva a pensar que mis múltiples defectos, sutil y estratégicamente camuflados, quedan expuestos al primer vistazo.

Mis pasos son cortos y rápidos, eso hace que suenen más, en realidad te hablan de mi, más de lo que me gustaría. A mamá le desespera, como le desesperan los sonidos que salen de mi cuarto; la tele en decibeles insufribles, el hip hop que por decreto de la Gerencia se escucha sólo con audífonos y la cortina de cuentas que resguarda mi puerta, eso me ha llevado a vivir silenciosa en casa, a callar y caminar de puntitas y sin zapatos, excepto cuando salgo por las noches. Mi andar escandaloso le anuncia que puede seguir durmiendo tranquila y si Cenicienta llegó antes de que la carroza se convirtiera en calabaza. Si pusiera atención al sonido podría darse cuenta cuando las copas fueron más de cinco, cuando la vida no me da ni para levantar los pies, cuando se hizo tarde o simplemente cuando tuve un buen día.

Tal vez el único recuerdo consciente que tengo sobre el tema es cuando tenía como 10 años y bailaba tap, me divertía y zapateaba sin parar y sin discriminar superficies. Mis zapatos igual golpeaban loseta, linóleo o duela, dando como resultado conciertos estridentes que enorgullecían a mi familia, “Ándale mijita, enséñales a tus tíos qué bonito bailas”, no se decía más, anudaba los listones de mis zapatos de charol y Ginger Rogers se apoderaba del piso de mármol, mientras los parientes observaban con gesto aturdido. Una vez terminado el acto, los aplausos se escuchaban, más que por el espectáculo, porque hubiera terminado de mostrar mi ensordecedor talento.

Mis pasos son característicos cuando no puedo contener mi furia, las suelas se estrellan con violencia contra el piso, esto acompañado de mis puños apretados y mi cara roja, anunciando mi ira con estruendo. Muy de vez en cuando, sirven de chasquidos para atraer sutilmente la atención de alguien en particular, 'esos' pasos son siempre lentos y firmes, como en cámara lenta, sonriente o seria, no importa, las miradas se cruzan y el sonido hipnotiza por instantes.

Mis pasos, soundtrack infalible de mi andar por Wonderland, verdades rítmicas y a veces delatoras que marcan el compás del camino.